domingo, 5 de mayo de 2013

MÁS SOBRE LA VISIÓN ORGÁNICA DEL MUNDO


Seminario Epistemología:
Una mirada post-postivista
Organizado por : PsicoNet
Dictado por :
Dra. Denise Najmanovich

Clase 9
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Queridos Todos:

Les envío la clase 9 del seminario. Espero como siempre sus interesantes aportes y comentarios.
Denise
La experiencia espacial del medioevo:
Hasta los umbrales de la época moderna la imagen occidental (Europea) del mundo estuvo empapada por la experiencia medieval del espacio, que comenzó a cambiar de naturaleza a partir de mediados del siglo XIII.
En la antigüedad cada hombre tenía una cálida complicidad con la tierra que no sólo hemos perdido sino que hasta nos puede resultar inconcebible. El espacio medieval no era ni abstracto ni homogéneo, como el nuestro. Por el contrario, en la concepción medieval, el espacio no podía existir independientemente de las figuras que lo pueblan, el espacio emerge de las relaciones mutuas entre las personas y los objetos lo habitan, definen y configuran. No se concibe como un medio neutro, sino como una fuerza que rige la vida, la abarca, la determina... la fascina. El espacio medieval se vive más que se percibe, el hombre está embebido en él y no separado.
Más aún, en la Edad Media el espacio como nosotros lo conocemos aún no había nacido. Los idiomas medievales no tenían ningún término que permitiera expresar, ni siquiera de forma aproximada, un equivalente a nuestra idea de espacio abstracto. La "naturaleza" y el "paisaje" como algo separado e independiente del hombre – que devendrá sujeto – recién comenzó a surgir en el Renacimiento.
Aunque en el medioevo no se había desarrollado aún nuestra "idea de espacio", sí existían los lugares, el de Juan o el de María, las ciudades y los campos, las montañas y los valles. Lo que no formaba parte de la experiencia medieval era el espacio abstracto, geométrico, como un gran contenedor vacío y neutro. El lugar en el medioevo es el fragmento de tierra en el que se habita, del que se puede marchar y al que se puede volver. No debemos olvidar que la gran mayoría de los hombres y mujeres raramente se alejaba más de una veintena de kilómetros de su casa en toda su vida, que su experiencia estaba impregnada de los aromas de la tierra, del contacto con los árboles, las flores y los frutos. Más aún, el sentido de la vista no había adquirido la predominancia que alcanzaría en la vida ciudadana moderna, lo olfativo y lo táctil tenían para el hombre medieval (y en muchos sentidos también para el campesino o el aborigen actual) un inmenso valor cognitivo.
Nunca durante la Edad Media se concibió una extensión infinita y abstracta. Los mapas de la época son un ejemplo interesante de esta relación del hombre con el espacio. No se trata de representar un mundo independiente, separado, ni de dar unas coordenadas de ubicación abstractas. El mapa es un diseño de la concepción del mundo medieval. Mundo creado y regido por Dios, centrado en Jerusalem y habitado por la cristiandad o los infieles. No es un mundo geométrico flotando en un espacio abstracto, vacío. Es un mundo a la vez espiritual y concreto. En los mapas medievales queda expresada esa concepción del lugar, que parte de la experiencia de lo que se conoce y experimenta como arraigo y a partir del cual se imagina todo lo demás. Lo más cercano y conocido en el centro, lo más ignoto o extraño alejándose hacia la periferia. Por eso en el centro está ubicada Jerusalem, que al ser el lugar de convergencia espiritual para los cristianos merece ocupar ese lugar privilegiado. Es a partir de la ciudad santa que se organiza el sentido, al alejarnos de ella nos vamos adentrando en una "Terra Incógnita", maravillosa y temible poblada por los hombres de dos cabezas y otros monstruos deformes de diversa índole.
Al observar mapas medievales podemos ver que el espacio estaba fuertemente cargado de simbolismo y divido en regiones sagradas y profanas. Aunque se muestran territorios bien conocidos, no hay preocupación alguna por las proporciones espaciales. Eran más importantes los símbolos y las realizaciones alegóricas que la representación de direcciones y distancias.
Muchos mapas medievales expresan una característica común a múltiples cosmovisiones: en el centro nosotros. Nuestro espacio es sagrado, favorecido por los dioses, amistoso, permanente, y ordenado, mientras que en torno se cierne lo amorfo, caótico y peligroso. El espacio no es algo objetivo e independiente sino una propiedad tribal cerrada y regida por Dios.
Recordemos que las personas vivían en pequeñas comunidades y sentían la naturaleza en términos de relaciones orgánicas cuyos rasgos característicos eran la interdependencia de los fenómenos materiales y espirituales y la subordinación de las necesidades individuales a las comunitarias. Vivían embebidos en un universo orgánico, vivo y espiritual. Un animismo popular que dotaba a todos los objetos de vida y poder se amalgamaba con los relatos bíblicos y las adaptaciones de las concepciones Aristotélicas realizadas por la iglesia , que iban impregnando lentamente el imaginario social. La empatía, las emociones y las vibraciones tenían una importancia y una presencia permanente en los modos de conocimiento del mundo.
Todas las entidades que poblaban el cosmos medieval estaban inscritas y clasificadas en una jerarquía en la que los valores determinaban la colocación espacial de las entidades.
El lugar que un ser ocupa se percibe como una cualidad propia del mismo, no como algo externo o independiente, y mucho menos como un punto a ubicar en un sistema de coordenadas. Así como el lugar de proveniencia caracteriza a las personas, los objetos también tienen también un "lugar natural" y allí deben estar para mantener la armonía del cosmos. Esta concepción espacial tiene diversas vertientes, desde la experiencia del hombre medieval en su comunidad pequeña y poco relacionada con otras, hasta la concepción física aristotélica (que fue ampliamente adoptada por Santo Tomás en la construcción de la doctrina cristiana más influyente del medioevo). Para Aristóteles:
(...) los desplazamientos de los cuerpos naturales simples, como el fuego, la tierra y otros semejantes, no sólo nos muestran que el lugar es algo, sino también que ejerce un cierto poder. Porque cada uno de estos cuerpos, si nada lo impide, es llevado hacia su lugar propio, unos hacia arriba y otros hacia abajo. Éstas son las partes o especies del lugar, el arriba, el abajo y el resto de las seis direcciones. Ahora bien, estas direcciones (arriba y abajo, derecha e izquierda, adelante y atrás) no sólo son tales con respecto a nosotros, ya que para nosotros una cosa no siempre está en la misma dirección, sino que cambia según cambie nuestra posición, pudiendo una misma cosa estar así a la derecha y a la izquierda, arriba y abajo, delante y detrás. Pero en la naturaleza cada una es distinta, independientemente de nuestra posición, pues el «arriba» no es una dirección casual, sino adonde son llevados el fuego y los cuerpos ligeros, y de la misma manera el «abajo» tampoco es una dirección casual, sino adonde son llevados los cuerpos pesados y terrestres, de manera que ambas direcciones difieren no sólo con respecto a la posición, sino también por un cierto poder.
Citando a Hesíodo, Aristóteles da cuenta de la importancia del lugar en la concepción del mundo, pues se trata de una realidad primigenia:
Lo primero de todo fue el Caos, luego
Gea, de amplio seno
Gea, la madre tierra nace del Caos para albergarnos. No es un contendor abstracto sino un mundo concreto, en un cosmos ordenado a partir de su centro y cerrado en una primorosa esfera de estrellas engarzadas. El arriba y el abajo no son convenciones, sino nombres de experiencias diferenciadas (a nuestros pies la tierra, sobre nuestras cabezas el cielo y las estrellas).
El espacio medieval es tan cerrado como su orden social. Es un mundo clausurado donde no hay una geometría regular de relaciones espaciales, ningún sistema de medición abstracto que las encuadre, la necesidad de cuadricular el mundo recién se presentará cuando el universo se abra hacia el vértigo de la infinitud.
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